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  • FILIPINAS (Samar, Homonhon, Limasawa, Cebú, Mactán y Sarangani)

    «El día 16 de marzo, al levantarse el sol, nos hallamos cerca de una tierra alta, a trescientas leguas de las islas de los Ladrones. Pronto notamos que era una isla, que se llama Zamal, detrás de la cual existe otra que no está habitada y que después supimos que se decía Humunu. Los isleños, encantados de la acogida del capitán, le regalaron pescado, un vaso lleno de vino de palma, que llaman uroca, plátanos de más de un palmo de largo y otros más pequeños, aunque de mejor gusto, y dos frutos del cocotero.

    Habiendo percibido a nuestro derredor cierto número de islas, el quinto domingo de cuaresma, que se llama de Lázaro, les dimos el nombre de archipiélago de San Lázaro [luego se llamó Filipinas].

    El comandante había ya preguntado cuál era el puerto más a propósito que había en los alrededores para abastecer las naves y expender las mercaderías: a lo que se le contestó que había tres, Ceilán, Zubu y Calagán. El domingo 7 de abril entramos en el puerto de Zubu. Pasamos cerca de varias aldeas, en que vimos casas construidas sobre los árboles. No faltan víveres en esta isla: además de los animales que he nombrado ya, existen perros y gatos que se comen. Crece también arroz, mijo, panizo y maíz, naranjas, limones, caña de azúcar, cocos, cidras, ajos, jengibre, miel y otros productos. Hacen vino de palma y hay también oro en abundancia.

    Cerca de la isla de Zubu hay otra llamada Matan, que posee un puerto del mismo nombre, donde anclaban nuestras naves. Viernes 26 de abril. Zula, uno de los jefes de la isla de Matan, remitió al comandante, con uno de sus hijos, dos cabras, con encargo de decirle que si no le enviaba todo lo que le había prometido, no era culpa suya sino del otro jefe llamado Cilapulapu, que no quería reconocer la autoridad del rey de España Con este mensaje, el comandante se resolvió a ir allí en persona con tres chalupas, y aunque le rogamos que no fuese, nos respondió que, como buen pastor, no debía abandonar su rebaño. Los isleños no se amedrentaron con nuestras amenazas, respondiendo que tenían también lanzas, aunque sólo de cañas puntiagudas y estacas endurecidas al fuego. Saltamos entonces en tierra con el agua hasta los muslos, no habiendo podido aproximarse las chalupas a la costa a causa de las rocas y de los bajíos. Éramos en todo cuarenta y nueve hombres, habiendo dejado once a cargo de las chalupas, y siéndonos preciso marchar algún tiempo en el agua antes de poder ganar tierra. Encontramos a los isleños en número de mil quinientos, formados en tres batallones, que en el acto se lanzaron sobre nosotros con un ruido horrible.

    Una flecha envenenada vino a atravesar una pierna al comandante, quien inmediatamente ordenó que nos retirásemos lentamente y en buen orden; pero la mayor parte de los nuestros tomó precipitadamente la fuga, de modo que quedamos apenas siete u ocho con nuestro jefe. Un isleño logró al fin dar con el extremo de su lanza en la frente del capitán, quien, furioso, le atravesó con la suya, dejándosela en el cuerpo. Los indígenas, que lo notaron, se dirigieron todos hacia él, habiéndole uno de ellos acertado un tan gran sablazo en la pierna izquierda que cayó de bruces; en el mismo instante los isleños se abalanzaron sobre él. Así fue cómo pereció nuestro guía, nuestra lumbrera y nuestro sostén. » Pigafetta  

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    Fecha de publicación: 2 mayo, 2021.

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